INFORME ESPECIAL
El planeta primero: cuatro luchas, cuatro voces
La crisis ambiental preocupa a todos. Una mirada a las alarmas, los hitos de la lucha, las expresiones culturales y sus voces más representativas.
La preocupación por el cambio climático se ha tomado gran parte del mundo. Lejos quedaron los días en que era un asunto de unos cuantos ecologistas en Europa o de algunos biólogos regados por Latinoamérica. Basta traer a colación un ejemplo electoral reciente: en las votaciones del Parlamento Europeo. Los partidos tradicionales de derecha e izquierda perdieron escaños mientras los verdes crecieron como un árbol.
Los jóvenes alrededor del mundo, desde Argentina hasta Reino Unido, buscan cada vez más candidatos con un programa ambientalista claro, arriesgado y comprometido. La alarma comenzó a sonar: si los gobiernos y los ciudadanos no toman medidas urgentes, el planeta seguirá su curso pero sin gente. Por eso, países con grandes niveles de contaminación, como Estados Unidos o China, han recibido críticas no solo de los ciudadanos de esos países, sino del mundo.
Aunque las dos grandes potencias no han cedido, varios gobiernos han tomado acciones para disminuir el daño al medioambiente. Lo han hecho con el desarrollo y aplicación de energías limpias y renovables, y con la prohibición de plásticos de un solo uso, por ejemplo. Sumado a esto, muchos líderes levantan sus voces para poner el futuro del planeta en la prioridad número uno. Este especial muestra los avances de la lucha verde en el mundo, sus hitos y personajes. Además, abre el espacio a cuatro perfiles de las voces o grupos más resonantes en esta lucha global. Todos ellos afirman: el planeta primero.
INDIA
Las semillas de Vandana
Desde hace casi 50 años, esta mujer india comenzó a reivindicar los derechos del medioambiente y de las mujeres. Su revolución busca impedir que la humanidad se extinga.
Escribió más de una docena de libros influyentes. Entre ellos, ¿Quién alimenta realmente al mundo?, publicado en 2018.
En el hinduismo, Shiva representa la destrucción y la creación. El mito cuenta que este dios tomó un veneno para salvar a la humanidad y permitir que el ciclo natural permaneciera. Vandana Shiva, de 66 años, comparte el nombre con esta deidad, y, al igual que el mito, hace casi cinco décadas dedica su vida a luchar por proteger la tierra, cambiar paradigmas y lograr que los seres humanos no se extingan.
Milan Kundera escribió en El libro de la risa y el olvido que “la lucha de la humanidad contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Esta ecofeminista india, filósofa y doctora en Física repite con frecuencia la frase. Lo hace porque para ella tienen la respuesta la memoria, la historia y las revoluciones que han generado grandes cambios en la sociedad. Cambios, según su criterio, positivos y negativos.
En 2003, la revista Time la definió como “la heroína ambiental de nuestro tiempo”. La avala su trayectoria. Hizo su primera protesta pacífica en 1973, en su natal Dehradun, un valle a los pies del Himalaya. Allí defendió los bosques de la tala indiscriminada.
Pero, sin duda, ha dedicado su mayor lucha a combatir a los productores de organismos genéticamente modificados (OGM). “En una conferencia escuché a una compañía afirmar que iban a crear una semilla de arroz basmati más resistente. Y me dije, ¿crear? ¿Qué son? ¿Dioses? Vengo de un lugar hermoso donde se cultiva el mejor basmati. No pueden crear semillas, solo modificarlas para generar más pobreza y enfermedades”, afirmó cuando presentaba su libro Earth Democracy: Justice, Sustainability and Peace.
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Así le declaró la guerra a los OGM y, particularmente, a Monsanto. Logró detener un sinnúmero de patentes en Europa y asesorar Gobiernos para que se opusieran a su uso. Entre ellos, al español, durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora bien, ha trabajado sobre todo en India. Allí ejerce su influencia, como ella misma la describe, de abajo hacia arriba. Es decir, desde las comunidades, su educación y el empoderamiento de las mujeres, responsables de guardar las semillas tradicionales. Aquellas que ahora están comprobando que son las realmente resistentes al cambio climático.
“Por eso hablo de la ‘democracia de la tierra’, porque la verdadera revolución es un cambio de paradigma. Una democracia directa y participativa en diferentes niveles. En pueblos de Europa, la gente exigió tener zonas libres de transgénicos, y los Gobiernos tuvieron que dar unos subsidios para que las personas pudieran hacer sus cultivos orgánicos rentables”, dijo, enérgicamente, en uno de sus discursos.
Para esta mujer, símbolo mundial, resulta fundamental que los seres humanos entiendan que forman parte de la naturaleza. Por esto, sigue hablando en diferentes escenarios para repetir sin cansancio y con vehemencia: “El futuro está amenazado y nos tenemos que negar a extinguirnos. Esa es la mayor de las revoluciones”.
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Acción sin violencia
Vandana es hinduista y, como Gandhi, ha hecho un llamado a la no violencia, a la política de la compasión y del bienestar.
En 1993 recibió el Premio Right Livelihood, conocido como el Nobel Alternativo. También ha obtenido en varias oportunidades reconocimientos de Naciones Unidas, como el Global 500. Creó la Fundación para la Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica de Nueva Delhi con el fin de impulsar y difundir la agricultura ecológica, el estudio y mantenimiento de la biodiversidad, el compromiso con el movimiento ecologista y la regeneración del sentimiento democrático, en la que da un papel protagónico a las mujeres. Actualmente, lidera el Foro Internacional sobre la Globalización.
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SUECIA
El joven ímpetu de Greta
Con su lucha, esta adolescente consolidó un movimiento estudiantil que exige acciones concretas contra el cambio climático. Ya la nominaron al Premio Nobel de la Paz de 2019.
Tendencias
Niños y jóvenes de varias ciudades del mundo han seguido el ejemplo de la sueca Greta Thunberg: todos los viernes se reúnen para hacer una huelga por el clima, y presionar a los Gobiernos de sus países para que tomen las medidas necesarias.
Greta Thunberg busca despertar el pánico de los adultos para mitigar los efectos nocivos del cambio climático. Aspira a que después de lograrlo, los gobernantes actúen como si estuvieran en crisis, como si sus casas estuvieran en llamas. “Porque lo están”, recalca.
Esta joven ubicó el futuro del planeta en el centro del debate político mundial.
Comenzó su lucha el 20 de agosto de 2018 en la plaza de Mynttorget, frente al edificio Riksdag en Estocolmo. Ese día, la adolescente de 16 años se paró al frente del Parlamento con una pancarta en la que había escrito solo tres palabras: “Skolstrejk för klimatet” (huelga escolar por el clima). Esa frase, a la postre, se convirtió en su estandarte de batalla.
Acababa de comenzar el noveno grado, y mientras sus demás compañeros recibían clases, ella se sentaba frente al Riksdag en jornadas hasta de siete horas. Lo hacía para exigirle al Gobierno sueco adoptar medidas concretas para reducir las emisiones de carbono.
“¿De qué sirve estudiar para el futuro si ese futuro parece que no va a ser?”, dijo en su momento la mayor de las dos hijas de la cantante de ópera Malena Ernman y el actor Svante Thunberg. La joven decidió continuar su protesta tras el proceso político. Desde ese entonces, los viernes acude al Parlamento con su cartel de madera.
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Greta padece síndrome de Asperger, un trastorno del desarrollo incluido en el espectro del autismo, que afecta la interacción y las habilidades sociales. Tal vez, por eso, jamás imaginó que su iniciativa llegara a tener impacto mundial.
Inspirados en esta joven de mirada recia y largas trenzas, en diciembre de 2018 más de 20.000 estudiantes ya habían realizado huelgas en 270 ciudades del mundo.
La redes sociales ayudaron en este proceso de convocatoria, pues los hashtags #FridaysForFuture (viernes por el futuro) y #climateStrike (huelga por el clima) permitieron visibilizar su causa.
Pero la adversidad llevó a Greta a intervenir en estos asuntos. “Cuando tenía 11 años, empecé a estar muy deprimida: dejé de comer, hablar e ir a la escuela. Esto tenía que ver mucho con el cambio climático; yo estaba muy preocupada. No sabía qué hacer”, indicó la joven.
Svante, su padre, explicó que por esa depresión dejó de alimentarse y perdió 10 kilos. “Todo comenzó después de ver en el colegio unos videos sobre cambio climático. La impactaron fuertemente”, dijo al diario El País, de Madrid. Consiguió su primer triunfo cuando convenció a sus padres de volverse veganos, como ella, y de dejar de viajar en avión para reducir su huella de carbono.
La líder de una nueva generación de activistas verdes sigue dando la pelea. Les canta la tabla a los poderosos, y permanece firme en sus principios y convencida de que todo puede cambiar. Su rostro no refleja un amago de sonrisa, solo su ímpetu de lucha.
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Corta edad, grandes logros
Con apenas 16 años, Greta ya escribió un libro y ha levantado su voz en tribunas de talla mundial.
La sueca se ha convertido en la voz de una nueva generación. Ha convocado a dos marchas mundiales en las que participaron más de 2.000 comunidades. Su popularidad aumentó tras haber intervenido en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 2018. La revista Time la nombró como una de las 100 personas más influyentes de 2019. En Suecia la proclamaron la mujer más importante del año. Adicionalmente, el Parlamento noruego la nominó al Premio Nobel de la Paz. De igual forma, escribió el libro Nuestra casa está en llamas, lanzado en mayo.
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ESTADOS UNIDOS
La voz verde de Washington
La congresista Alexandria Ocasio-Cortez quiere que los políticos estadounidenses se alarmen con el cambio climático. Lidera la vocería de un ambicioso acuerdo al respecto.
La neoyorquina llegó al Congreso estadounidense con solo 28 años. Se ha encargado de luchar por las energías limpias.
En noviembre de 2018, el congreso norteamericano renovó la mayoría de sus escaños y llegaron al recinto un número nunca antes visto de mujeres, sobre todo del Partido Demócrata. Una de ellas, con menos de 30 años y por primera vez en un cargo de elección popular, ha tomado con entusiasmo y ahínco las banderas ambientalistas de la Cámara de Representantes. Se trata de Alexandria Ocasio-Cortez.
Curiosamente, la congresista no planteó la lucha contra la crisis climática como uno de los pilares más representativos de su campaña en 2018. Más bien reforzó su imagen de joven estadounidense de clase trabajadora que, precisamente por haber vivido esa condición en carne propia (hizo turnos de 18 horas en una taquería de Manhattan), les decía a sus futuros votantes que ella sabía “cuáles eran sus necesidades” y que “lucharía para satisfacerlas”. Por eso, en la mayoría de sus discursos se fue lanza en ristre contra los impagables seguros médicos y las millonarias deudas de los estudiantes universitarios.
En ese orden de ideas, la lucha contra la crisis climática no aparecía entre sus prioridades programáticas, aunque sí las mencionaba de vez en cuando en sus alocuciones. Sobre todo, se volvió famosa una anécdota. Cuando Donald Trump ganó la presidencia en noviembre de 2016, Ocasio-Cortez se fue de viaje con unos amigos al estado de Dakota para distanciarse de la tristeza y rabia generalizada en Nueva York, su lugar de residencia. En medio del viaje por carretera, Ocasio-Cortez cuenta que pasaron por un pueblo afectado por las fábricas circundantes, pues la sangre de sus habitantes presentaba altos niveles de plomo. Después llegaron a su destino final, Standing Rock, donde participaron en las manifestaciones de una comunidad india para bloquear el paso de un oleoducto por debajo de sus tierras sagradas.
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Esa fue la semilla de sus futuras proclamas. Ya en el Congreso (le ganó a un experimentado demócrata que representó durante cuatro periodos al distrito de Queens), se enteró de que un grupo llamado The Sunrise Movement buscaba que los demócratas se comprometieran a aprobar una ley en contra del cambio climático. Ocasio-Cortez, para sorpresa de muchos, tomó esa bandera y desde entonces no ha dejado de presionar en Washington para que haya compromisos reales en la agenda legislativa.
Por eso, la congresista tomó la vocería del New Green Deal (Nuevo Acuerdo Verde). Si bien la idea viene tomando forma desde hace unos años (Obama la consideró en 2008 y en 2009 los laboristas ingleses impulsaron un acuerdo similar), la congresista de herencia hispana la ha puesto en el centro de la discusión pública y ha presionado para que sus colegas demócratas tomen posición frente al tema.
Alexandria Ocasio-Cortez, junto con políticos como el precandidato Bernie Sanders o el senador Ed Markey, lanzó la resolución del Green New Deal en febrero, pero no avanzó mucho en Washington (ver recuadro). Mientras tanto, la congresista gana cada vez más fuerza en las redes sociales de Estados Unidos o el mundo, pues denuncia con convicción: “La crisis climática no es un asunto elitista: nos está matando a todos”.
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El camino del Green New Deal
Mientras los republicanos controlen el Senado, los demócratas no concretarán su plan para luchar contra la crisis climática.
El Senado estadounidense hundió la resolución del Green New Deal (GND) en marzo, tal como lo había anunciado desde su creación. Los republicanos se han opuesto al plan más grande y ambicioso en torno al desarrollo sostenible en la historia del país. Pero ¿qué es el GND? Un programa masivo de inversión en energía limpia y renovable. Tal como plantean los demócratas: el desafío consiste en descarbonizar la economía nacional. Por la magnitud del proyecto, incluso hay demócratas que no están del todo convencidos, como el exvicepresidente Joe Biden. Para convertirse en ley, el GND deberá esperar un poco más, pero su acogida en los jóvenes estadounidenses le augura un buen camino.
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MUNDO
Manifiesto existencial
Extinction Rebellion no está dispuesto a esperar a que las generaciones venideras solucionen la emergencia climática. Creen que el momento es ahora y que solo una “quinta re-evolución” evitará la catástrofe.
Manifestantes en Londres. Un activista habla desde el barco símbolo del movimiento. En la imagen se lee “Di la verdad”, una frase contra el Gobierno.
Extinction Rebellion no es un simple movimiento cívico ecologista ni un grupo de millennials que alerta sobre la emergencia climática. No pretende imitar a los hippies ni se parece a otro grupo que haya luchado por el medioambiente. Precisamente porque no lo preocupa lo medioambiental sino, principalmente, lo existencial.
Desde su nacimiento en Londres a finales de 2018, Extinction Rebellion dejó claro que preservar a la humanidad no debe ser una preocupación del primer mundo ni de las generaciones venideras, sino una emergencia que convoca a la humanidad. Por eso, se consolidó bajo la premisa de “hecho en casa”. Es decir, unirse por la certeza de que no hay “planeta b”, pero saber que cada lugar tiene condiciones sociales y políticas que determinan las maneras en que se puede hacer activismo.
Cada una de las personas con las que SEMANA habló –líderes del Reino Unido, España, México y Colombia– coincidió en la urgencia de luchar contra la crisis climática. Pero entienden que en ciertos países dar esa pelea puede ser mortal.
En contexto: Qué es Extinction Rebellion el movimiento que tiene a Londres patas arriba
Roberto Arias, vocero de Extinction Medellín, aseguró que “la militancia ambiental en Colombia es una actividad suicida. Pero, como la vida está por encima de todo, hay que ganar la batalla contra el cambio climático”.
Extinction Rebellion entiende que nació como un movimiento citadino, pero debe a su vez ganar adeptos en los lugares más afectados por la deforestación y la “corrupción climática”: las zonas rurales y selváticas de América Latina. Y justo ahí radica su éxito. A sus integrantes los unen tres ideas: el Gobierno debe contar la verdad sobre el desastre climático, reducir las emisiones de carbono a 0 en 2025 y debe convocar una asamblea ciudadana nacional para supervisar esos cambios. Ahora, el intríngulis del asunto está precisamente en el cómo.
Por un lado, tanto Reino Unido como España han basado sus protestas en la idea del “Estado criminal”. Según Enrique Muñoz, activista español, se apegan a la abogada Polly Higgins que propuso considerar el ecocidio como uno de los pecados capitales y, en ese sentido, “amparar jurídicamente a quienes acusan al Gobierno de asesino ambiental”.
Finalmente, Nicolás Elíades, activista colombo español, le preocupa que en América Latina se asocie al ecologismo con los grupos guerrilleros o “con los marihuaneros”, porque eso ha llevado a creer que la crisis ambiental es problema de unos pocos. Por eso, responde inseguro, “Soy un realista. Estamos frente a la mayor crisis existencial de nuestra especie: 200 millones de refugiados climáticos, guerras por el agua, negacionistas. Esto ya no es un problema ecológico ni de ricos ni de europeos abrazando árboles, esto es algo mucho más grande”.
Y cierra: “Pueden llamarme drogadicto, maricón, sudaca, pero nuestra casa seguirá ardiendo y no porque me llames así sobrevivirás más que yo”. Eso resume el manifiesto de Extinction rebellion: la crisis existencial requiere una revolución ambiental.
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El momento es ahora
La “Rebelión”, como le dicen en español, ha logrado lo imposible. Desde que científicos, académicos y sociedad civil se unieron en Londres para declarar la emergencia climática, el movimiento ganó cerca de 30.000 seguidores en menos de un año.
En 2019 Extinction ocupó Londres y 80 ciudades más en 50 países. Durante una semana marcharon pacíficamente para alertar por el calentamiento global. A pesar de que la Policía detuvo a mil manifestantes por presunto vandalismo, la organización logró que el Reino Unido declarara la emergencia ambiental. Una medida que obliga al Gobierno a poner al planeta en el centro del debate. Pero insisten en que para detener la catástrofe hay que movilizar al 3,5 por ciento de la población mundial.
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